sábado, 11 de diciembre de 2010

Motivos del Mar, "Las Barcas", Gabriela Mistral




12 de septiembre de 1927

Los hombres hicieron las barcas; pero ellas cobraron alma al tocar el mar, y se han liberado de los hombres.
Si un día los marineros no quisieran navegar más, ellas romperían sus amarras y se irían, salvajes y felices.
Los marineros creen llevarlas, mas son ellas quienes los rigen. Los incitan cuando se adormecen en las costas, hasta que ellos saltan a los puentes.
Si arriban a las costas, es por recoger frutos: las piñas, los dátiles, las bananas de oro. El mar, amante imperiosa, les pide la fragancia de la tierra, que las olas aspiran, irguiéndose.
Desde que las barcas tocaron agua viva, tienen alma salvaje. Engañan a los pilotos con que siguen su camino. Van por la zona verde, donde el mar se endurece de tritones y choca como muchos escudos.
Nunca saben los pilotos el día preciso de los puertos; consultan siempre algún error en los cálculos, y este error es el juego de las barcas con las sirenas.
Tienen las barcas cabelleras de jarcias, pecho de velamen duro, y caderas de leños amargos. Sus pies van bajo el agua como los de las danzadoras de largas túnicas.
Llevaron a los descubridores. Mientras ellos dormían, las barcas burlaron sus sendas...
Porque se hacen signos secretos con las islas desconocidas, y las penínsulas las llaman alargándose como un grito.
No van llevando a los hombres a vender sus paños; se echaron al mar para existir libres sobre él.
Si un día los hombres no quieren navegar más, ellas se irán solas por los mares, y los marinero desde las playas, gritarán de asombro al saber que nunca fueron pilotos. Que, como las sirenas, ellas son hijas de la voluntad del mar.

jueves, 9 de diciembre de 2010

El cuerpo, Emma Barrandéguy




   
¿Por qué no es posible el amor?,
me preguntas.
Somos viejos, respondo.
Y que pases tu mano
por mi pierna,
me da cierta vergüenza.
Tontería, dice el amigo
y cediendo
me tiendo a su lado como cuando era joven
y lo ignoraba.
Pienso en todos los viejos
que desde un banco al sol
miran transcurrir las muchachas.
En mi padre y sus esquelas victorianas
a las niñas de los mandados.
Pienso en mi madre pulcra
cubriendo sus desnudos en un último gesto.
Pienso que los viejos son como todos
y apetecen sin pausa
si no han sido saciados.
El cuerpo gira ante sus ojos
con el gusto de lo prohibido,
como siempre.
Se los instala en la sabiduría
y no la tienen;
codician como jóvenes,
tienen pequeñas ternuras
como mi amigo,
tienen lascivas preferencias
que no les cuentan a los otros,
tienen derecho al amor
aun a costa del ridículo.
Y si pasan tomados de la mano
o se encierran en su mundo
con las persianas bajas,
tendríamos que mirarlos sin asombro
como a lentos vagabundos
o discretos amantes que renuevan caricias.

viernes, 3 de diciembre de 2010

El difunto Matias Pascal, Luigi Pirandello




—No paso a comprender que por el gusto momentáneo que experimenta el gaznate al paso de un buen bocado, como éste, por ejemplo —y se lo engullía—, haya de estarse nadie luego sufriendo todo el día. ¿Qué se saca de eso? Yo de mí sé decir que estaría después corrido y avergonzado. Rosina —decía llamando a la criada—, deme un poquito más de este plato.

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