sábado, 30 de octubre de 2010

Boulevard of broken dreams, Green day

La inquietud del rosal, Alfonsina Storni



El rosal en su inquieto modo de florecer
va quemando la savia que alimenta su ser.
¡Fijaos en las rosas que caen del rosal:
Tantas son que la planta morirá de este mal!
El rosal no es adulto y su vida impaciente
se consume al dar flores precipitadamente.

María Martha Serra Lima, My way




Con ella no cuadran carrasperas dolientes ni amaneramientos, todo lo ha expresado siempre con su caudal y entonación puras.


miércoles, 27 de octubre de 2010

El hombre es un gran faisán en el mundo, Herta Müller




Gracias a la amiga Ico por hacerme conocer este libro en su blog a través de sus palabras que me lo han descrito, es de los que siempre se recuerdan. Les dejo un fragmento que encontré por la mitad...

«Algo va mal desde que empezó el verano», dice Windisch. «Mi mujer tiene que barrer el patio cada día. Las acacias se están secando. En nuestro patio ya no queda ni una. En el de los valacos hay tres, y distan mucho de estar peladas. En nuestro patio, en cambio, caen cada día hojas secas como para vestir diez árboles. Mi mujer no se explica de dónde pueden salir tantas. Nunca hemos tenido tal cantidad de hojas secas en el patio.» «Las trae el viento», dice el guardián nocturno. Windisch cierra la puerta del molino con llave.
«Pero si no hace viento», dice. El guardián nocturno estira los dedos en el aire: «Siempre hace viento, aunque no lo sintamos».
«En Alemania los bosques también se secan a mediados de año», dice Windisch.
«El peletero nos lo ha escrito», añade. Mira el cielo ancho y bajo. «Se han instalado en Stuttgart. Rudi está en otra ciudad. El peletero no ha dicho dónde. Al peletero y su mujer les han asignado una vivienda de protección social con tres habitaciones. Tienen una cocina-comedor y un cuarto de baño con espejos en las paredes.»
El guardián nocturno se ríe. «A su edad a la gente aún le apetece mirarse desnuda en el espejo», dice.
«Unos vecinos ricos les regalaron los muebles», dice Windisch. «Y también un televisor. Junto a ellos vive una señora sola. Es una dama muy remilgada que nunca come carne, escribe el peletero. Se moriría si lo hiciera, le dijo.»
«A ésos les va demasiado bien», dice el guardián nocturno. «Que vengan aquí a Rumania y verás como comen de todo.»
«El peletero tiene un buen sueldo», dice Windisch. «Su mujer hace faenas de limpieza en un asilo de ancianos. La comida allí es buena. Cuando algún anciano celebra su cumpleaños, organizan un baile.»
El guardián nocturno se ríe. «Sería lo ideal para mí», dice. «Buena comida y unas cuantas jovenzuelas.» Muerde el corazón de una manzana. Las pepitas blancas resbalan sobre su chaqueta. «No sé», dice, «no logro decidirme a presentar mi solicitud».
Windisch ve el tiempo detenido en la cara del guardián nocturno. Windisch ve el final en las mejillas del guardián nocturno, lo ve quedarse allí hasta más allá del final.
Windisch mira la hierba. Sus zapatos están blancos de harina. «Una vez dado el primer paso», dice, «lo demás marcha solo».
El guardián nocturno suspira. «Es difícil cuando no se tiene a nadie», dice. «Dura mucho tiempo, y uno envejece, no rejuvenece.»
Windisch pone la mano sobre su pernera. Tiene la mano fría y el muslo caliente. «Aquí todo va de mal en peor», dice. «Nos quitan las gallinas, los huevos. Hasta el maíz nos lo quitan antes de que haya crecido. A ti acabarán quitándote la casa y el corral.»
La luna está enorme. Windisch oye a las ratas zambullirse en el agua. «Siento el viento», dice. «Las articulaciones de las piernas me duelen. Seguro que va a llover.»

jueves, 21 de octubre de 2010

El argentino que se hizo querer de todos, Gabriel García Marquez




Fui a Praga por última vez hace unos quince años, con Carlos Fuentes y Julio Cortázar. Viajábamos en tren desde París porque los tres éramos solidarios en nuestro miedo al avión y habíamos hablado de todo mientras atravesábamos la noche dividida de las Alemanias, sus océanos de remolacha, sus inmensas fábricas de todo, sus estragos de guerras atroces y amores desaforados. A la hora de dormir, a Carlos Fuentes se le ocurrió preguntarle a Cortázar cómo y en que momento y por iniciativa de quién se había introducido el piano en la orquesta de jazz. La pregunta era casual y no pretendía conocer nada más que una fecha y un nombre, pero la respuesta fue una cátedra deslumbrante que se prolonga hasta el amanecer, entre enormes vasos de cerveza y salchichas de perro con papas heladas. Cortázar, que sabía medir muy bien sus palabras, nos hizo una recomposición histórica y estética con una versación y una sencillez apenas creíbles, que culminó con las primeras luces en una apología homérica de Thelonius Monk. No sólo hablaba con una profunda voz de órgano de erres arrastradas, sino también con sus manos de huesos grandes como no recuerdo otras más expresivas. Ni Carlos Fuentes ni yo olvidaríamos jamás el asombro de aquella noche irrepetible. Doce años después vi a Julio Cortázar enfrentado a una muchedumbre en un parque de Managua, sin más armas que su voz hermosa y un cuento suyo de los más difíciles: La noche de Mantequilla Nápoles. Es la historia de un boxeador en desgracia contada por él mismo en lunfardo, el dialecto de los bajos fondos de Buenos Aires, cuya comprensión nos estaría vetada por completo al resto de los mortales si no la hubiéramos vislumbrado a través de tanto tango malevo; sin embargo, fue ese el cuento que el propio Cortázar escogía para leerlo en una tarima frente a la muchedumbre de un vasto jardín iluminado, entre la cual había de todo, desde poetas consagrados y albañiles cesantes, hasta comandantes de la revolución y sus contrarios. Fue otra experiencia deslumbrante. Aunque en rigor no era fácil seguir el sentido del relato, aún para los más entrenados en la jerga lunfarda, uno sentía y le dolían los golpes que recibía Mantequilla Nápoles en la soledad del cuadrilátero, y daban ganas de llorar por sus ilusiones y su miseria, pues Cortázar había logrado una comunicación tan entrañable con su auditorio que ya no le importaba a nadie lo que querían decir o no decir las palabras, sino que la muchedumbre sentada en la hierba parecía levitar en estado de gracia por el hechizo de una voz que no parecía de este mundo. Estos dos recuerdos de Cortázar que tanto me afectaron me parecen también las que mejor lo definían. Eran los dos extremos de su personalidad. En privado, como en el tren de Praga, lograba seducir por su elocuencia, por su erudición viva, por su memoria milimétrica, por su humor peligroso, por todo lo que hizo de él un intelectual de los grandes en el buen sentido de otros tiempos. En público, a pesar de su reticencia a convertirse en un espectáculo, fascinaba al auditorio con una presencia ineludible que tenía algo de sobrenatural, al mismo tiempo tierna y extraña. En ambos casos fue el ser humano más importante que he tenido la suerte de conocer.

miércoles, 20 de octubre de 2010

El primer sol





Como un inmenso párpado de nubes se abre el cielo
Asoma el sol, tímido en su victoria
y devuelve los colores al mundo...

miércoles, 13 de octubre de 2010

Los indios, Atahualpa Yupanqui




América es un largo camino de los indios.
Ellos son estas cumbres y aquel valle
y esos montes callados perdidos en la niebla
y aquel maizal dorado
y el hueco entre las piedras, y la piedra desierta.

Desde todos los sitios nos están contemplando los indios.
Desde todas las altas cumbres nos vigilan.
Ha engordado la tierra con la carne del indio.
Su sombra es centinela de la noche de América.
Los cóndores conocen conocen el silencio del indio
y su grito quebrado duerme allá en los abismos.

Donde quiera que vamos está presente el indio.
Lo respiramos, lo presentimos andando sus comarcas.
Quechua, aymara, tehuelche, guarán o mocoví.
Chiriguano o charrúa, chibcha, mataco o pampa.
Ranquel, arauco, patagón, diaguita o calchaquí.
Omahuaca, atacama, tonocotés o toba.

Desde todos los sitios nos están contemplando los indios.
Porque América es eso: un largo camino
de indianidad sagrada.
Entre la gran llanura, la selva y la piedra alta.
Y bajo la eternidad de las constelaciones.
Sí. América es el largo camino de los indios
y desde todos los sitios nos están contemplando.

martes, 12 de octubre de 2010

La tierra purpurea, Guillermo Enrique Hudson




—Les contaré la cosa más curiosa que jamás me ha pasao a mí —dijo Blas Arias—. Estaba yo viajando sólo
—por asuntos míos— en la frontera del norte. Atravesé el río Yaguarón, dentré en el territorio brasileño y anduve un día entero por un gran llano pantanoso, donde los juncos estaban secos y muertos, y no había más agua que algunos charcos barrosos. Era un lugar de quitarle a uno tuito el gusto por la vida. Lo que se estaba poniendo el sol y ya había perdido tuita esperanza de llegar al fin de aquel desierto, descubrí una tapera. Era de unos quince pasos de largo, con sólo una puertecita y no parecía estar habitá, pues naides me contestó a pesar de dar giieltas la tapera gritando a tuita voz. Oí gruñidos y chillidos que venían de dentro, y luego salió una chancha seguida por su cría; me miró y volvió a dentrarse. Habría seguido caminando adelante, pero estaban muy cansados mis fletes; además, parecía que juéramos a tener una tempestá de truenos y rejucilos, y no se vía ningún otro rancho ande pasar la noche. Ansina que desensillé mi caballo, solté la tropilla y llevé mi recao y otras pilchas pa dentro. La pieza era tan chica que la chancha con su cría la ocupaba tuita; había, sin embargo, otra pieza, y al abrir la puerta, que estaba cerrada, dentré y hallé que era mucho más grande que la primera; también vide en un rincón una cama muy sucia hecha de cueros, y en el suelo, un montón de cenizas y una olla negra. No se veía otra cosa sino giiesos viejos, pedazos de palo y otra basura desparramá por tuitas partes. Temiendo que el dueño de esa cueva inmunda juese a hallarme desprevenido, y no encontrando en ella nada que comer, volví a la primera pieza; eché ajuera a los chanchos y me senté en mi recao a esperar. Empezaba ya a escurecer cuando de repente se apareció a la puerta una mujer con un atao de leña. En mi perra vida, señores, he visto nada más asqueroso ni más horrible, Su cara era dura, muy negra y áspera como la corteza del ñandubay, mientras que en la cabeza tenía una porra que le llegaba hasta los hombros, seca y de un color a tierra. Tenía el cuerpo largo y grueso y las rodillas y los pies enormes, pero parecía pimea porque apenas tenía piernas; estaba vestida con unas mantas de caballo, viejas y rotosas, atadas al cuerpo con una lonja. Me miró con unos ojitos de ratón; entonces, poniendo su atao en el suelo, me preguntó qué era lo que quería. Le dije que era un viajero muy cansao y que quería algo que comer y donde alojarme. "Alojamiento puede tener dijo ella—, comida no hay, Y con eso, tomando su atao, se jué a la otra pieza, cerró la puerta y le echó el cerrojo por el lao de adentro. La mujer no era pa enamorar y no había el menor peligro que yo juera a intentar de dentrar a su pieza. Era una noche negra y tempestuosa y luego empezó a llover a cántaros. Varias veces la chancha con sus crías dentraron gruñendo pa buscar abrigo, y tuve que levantarme y echarlos a rebencazos pa juera. Por último, oi por el tabique que separaba las dos piezas, un ruido como si aquella asquerosa mujer estuviese haciendo juego, y luego dentró por las hendijas el olorcito a carne asada. Eso me llamó la atención porque yo había buscado por tuita la pieza y no había encontrao nada de comer. Colegí que ella la habría traído debajo de las mantas, pero ánde. la había conseguido era un misterio. Por último, empecé a quedarme dormido, llegaron a mis oídos ruidos de truenos y del viento, de los chanchos gruñendo a la puerta y el sonido del juego que venía de la pieza de la bruja. Pero luego parecieron mezclarse otros ruidos, se oiban las voces de personas que hablaban, tamién risas y canto. Entonces desperté bien, y encontré que las voces venían de lotra pieza. Alguien estaba tocando la vigiiela y cantando, otros hablaban, en voz alta y réiban. Traté de mirar por las hendijas de la puerta y la paré, pero jué al ñudo. ‘Muy arriba, en el medio del tabique, había una hendija grande por la que pareció que se podría ver el interior, juzgando por la luz del juego que por ay pasaba. Arrimé mi recao a la paré, doblé mis ponchos y pellones dos o tres veces, y los puse uno encima del otro hasta que los había amontonao del alto de la rodilla. Subiéndome sobre el recao y agarrándome del tabique con las uñas, conseguí asomarme por la hendija. La pieza estaba muy iluminá por un gran juego" de leña que ardía en un rincón, mientras que tendida en el suelo había una gran manta colorada y sentada en ella estaba la gente a la que había oído, con fruta y botellas de vino por delante. Ay estaba la asquerosa vieja bruja viéndose casi tan alta sentá como pará; estaba tocando la vigiiela y cantando una toná portuguesa. En la manta a sus pies estaba recostada una negra alta bien hecha; estaba casi desnuda; sólo llevaba puesta una faja angosta de género blanco alrededor de la cintura y unos anchos brazaletes de plata en sus gordos brazos negros. Estaba comiendo una banana, y apoyada en sus rodillas, que tenía encogidas, estaba una bonita chiquilla de unos quince años de edá, pálida y morena. Estaba vestida de blanco, tenía los brazos desnudos y una banda de oro le sujetaba el pelo que le caiba suelto sobre la espalda. Delante de ella, de rodillas en la manta, había un viejo mulato, la cara arrugada como una nuez y con una barba blanca como la alcachofa. Con una mano sosteniba el brazo de la chiquilla y con la otra le ofrecía una copa de vino. Esto lo vide de una sola mirada, y entonces tuitos miraron pa arriba a la hendija como si supieran que alguien los estaba aguaitando. Me eché atrás asustao y cal al suelo ¡pataplum! Entonces oí que se reiban, pero no me atreví a mirarlos otra vez. Llevé mi recao al otro lao de la pieza y me senté a esperar la mañana. La plática y las risas duraron unas dos horas más; entonces poco a poco dejaron de oirse; la luz desapareció de las hendijas y todo quedó a escuras y en silencio. Naides salió,’ y por último, vencido por el sueño, me quedé dormido. Era de día cuando desperté. Me levanté y di una güelta a la tapera y encontrando una rajadura en el adobe, me asomé pa dentro de la pieza de la bruja. Se vía lo mesmito que la noche antes; ay estaba la olla y el montón de cenizas, y en el rincón estaba echada la bruta de mujer engüelta en sus cueros. Después de eso monté mi caballo y me juí. ¡Quiera Dios que nunca jamás tenga otra vez una esperencia como la de aquella noche!

sábado, 9 de octubre de 2010

viernes, 8 de octubre de 2010

Un sol, Alfonsina Storni




Mi corazón es como un dios sin lengua,
Mudo se está a la espera del milagro,
He amado mucho, todo amor fue magro,
Que todo amor lo conocí con mengua.

He amado hasta llorar, hasta morirme.
Amé hasta odiar, amé hasta la locura,
Pero yo espero algún amor natura
Capaz de renovarme y redimirme.

Amor que fructifique mi desierto
Y me haga brotar ramas sensitivas,
Soy una selva de raíces vivas,
Sólo el follaje suele estarse muerto.

¿En dónde está quien mi deseo alienta?
¿Me empobreció a sus ojos el ramaje?
Vulgar estorbo, pálido follaje
Distinto al tronco fiel que lo alimenta.

¿En dónde está el espíritu sombrío
De cuya opacidad brote la llama?
Ah, si mis mundos con su amor inflama
Yo seré incontenible como un río.

¿En dónde está el que con su amor me envuelva?
Ha de traer su gran verdad sabida...
Hielo y más hielo recogí en la vida:
Yo necesito un sol que me disuelva.

domingo, 3 de octubre de 2010

Fragmento, Ana Ajmátova




Me pareció que las llamas de tus ojos
volarían conmigo hasta el alba.
No pude entender el color,
de tus ojos extraños.
Todo alrededor palpitaba
nunca supe si eras mi enemigo, o mi amigo,
y si ahora era invierno o verano.

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