Los hombres hicieron las barcas; pero ellas cobraron alma al tocar el mar, y se han liberado de los hombres.
Si un día los marineros no quisieran navegar más, ellas romperían sus amarras y se irían, salvajes y felices.
Los marineros creen llevarlas, mas son ellas quienes los rigen. Los incitan cuando se adormecen en las costas, hasta que ellos saltan a los puentes.
Si arriban a las costas, es por recoger frutos: las piñas, los dátiles, las bananas de oro. El mar, amante imperiosa, les pide la fragancia de la tierra, que las olas aspiran, irguiéndose.
Desde que las barcas tocaron agua viva, tienen alma salvaje. Engañan a los pilotos con que siguen su camino. Van por la zona verde, donde el mar se endurece de tritones y choca como muchos escudos.
Nunca saben los pilotos el día preciso de los puertos; consultan siempre algún error en los cálculos, y este error es el juego de las barcas con las sirenas.
Tienen las barcas cabelleras de jarcias, pecho de velamen duro, y caderas de leños amargos. Sus pies van bajo el agua como los de las danzadoras de largas túnicas.
Llevaron a los descubridores. Mientras ellos dormían, las barcas burlaron sus sendas...
Porque se hacen signos secretos con las islas desconocidas, y las penínsulas las llaman alargándose como un grito.
No van llevando a los hombres a vender sus paños; se echaron al mar para existir libres sobre él.
Si un día los hombres no quieren navegar más, ellas se irán solas por los mares, y los marinero desde las playas, gritarán de asombro al saber que nunca fueron pilotos. Que, como las sirenas, ellas son hijas de la voluntad del mar.
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