miércoles, 16 de junio de 2010

Autores, Voltaire




Autor es una palabra genérica que, como los nombres de las demás profesiones, puede significar bueno y malo, respetable o ridículo, útil y agradable o inútil y fastidioso. Esa palabra es tan genérica que tiene aplicaciones diferentes, pues lo mismo se dice el autor de la naturaleza, que el autor de las canciones del Puente Nuevo y que el autor del Año literario.

Creemos que el autor de una buena obra debe andar con pies de plomo respecto al título, a la dedicatoria y al prólogo. Los demás autores deben abstenerse de escribir. Respecto al título, si tras él tiene afán por poner su nombre, lo que a veces es peligroso, debe escribirlo en forma modesta; no nos gusta que en una obra pía, que debe dar lecciones de humildad, al nombre del autor se añadan los calificativos de consejero del rey, obispo, conde, etc. El lector, que casi siempre es maligno y muchas veces se fastidia leyendo la obra, se complace en ridiculizar el libro que se anuncia con énfasis y en seguida recordamos que el autor de la Imitación de Cristo ni siquiera firmó la obra.

Se me objetará que los apóstoles ponían su nombre en las obras, pero no es verdad; eran excesivamente modestos. El apóstol Mateo nunca tituló su libro Evangelio de San Mateo; eso fue un homenaje que le rindieron después. San Lucas, que recopiló todo lo que oyó decir y que dedicó su libro a Teófilo, tampoco lo tituló Evangelio de San Lucas. Sólo Juan se nombra a sí mismo en el Apocalipsis, lo que hace sospechar que Cerinto compuso ese libro y tomó el nombre de Juan para darle más autoridad.

Pero aparte lo que acaeció en siglos pasados, me parece osadía en el siglo XVIII poner el nombre y títulos del autor al frente de los libros. Esto es lo que hacen los obispos, y en los gruesos volúmenes que publican con el título de Mandamientos imprimen además su escudo de armas; a continuación, escriben algunos párrafos llenos de humildad cristiana, seguidos algunas veces de injurias atroces contra los que pertenecen a otra confesión religiosa o partido. Esto en cuanto a autores religiosos. Referente a los autores profanos, también podemos decir que ocurre lo mismo; por ejemplo, el duque de La Rochefoucauld publicó la colección de sus Pensamientos recordando que los había escrito Monseñor el duque de La Rochefoucauld, par de Francia, etc.

Sabido es que en Inglaterra la mayor parte de las dedicatorias se pagan, y los autores hacen como los capuchinos en Francia, que nos regalan hortalizas con el fin de que les hagan donativos. Los hombres de letras franceses desconocemos hasta hoy ese rebajamiento y siempre fueron más dignos, si exceptuamos a los malhadados que se llaman escritores a sí mismos y son como los pintores de brocha gorda, que se jactan de ejercer la profesión de Rafael, y como el cochero de Vestamont, que creía ser poeta.

Los prólogos tienen otro inconveniente. El yo es despreciable, decía Pascal. Ocúpate de ti mismo lo menos que puedas, porque el lector tiene tanto amor propio como el autor y no perdona que quieras obligarle a que te aprecie. El libro debe recomendarse por sí mismo cuando llega a abrirse paso. Nunca digas: «mi comedia fue honrada con tantos aplausos que me creo dispensado de contestar a mis adversarios», porque como es falso lo de los aplausos, nadie se acuerda de tu obra. «Algunos críticos censuran que haya excesivo enredo en el acto tercero y que la princesa descubra demasiado tarde, en el cuarto acto, el tierno sentimiento que le inspira su amante, pero a esa censura respondo que...» No respondas, amigo, porque nadie se ha ocupado en juzgar a la princesa de tu comedia que ha fracasado porque ha fastidiado al público, está mal escrita, tu prólogo es una especie de responso que cantas a la muerta, y con él no lograrás resucitarla. Algunos proclaman ante la faz de Europa que no se han comprendido los sistemas que desarrollan. Otros autores dan a la luz insulsas novelas copiadas de otras antiguas, sistemas nuevos fundados en remotas utopías o historietas sacadas de las historias generales.

Quien desee escribir un libro debe procurar que sea nuevo y útil, o por lo menos agradable. Hay muchos autores que escriben para vivir, y muchos críticos que lo satirizan también con la idea de ganarse el pan Los verdaderos autores son los que adquieren reputación en el arte, en la epopeya, en la tragedia, la comedia, la historia o la filosofía; los que enseñan y deleitan a los hombres. Los demás son, entre la gente de letras, lo que los zánganos entre las abejas.

  Los autores de los libros más voluminosos de Francia han sido los directores generales de Hacienda. Pueden formarse diez tomos muy gruesos de sus declaraciones, desde el reinado de Luis XIV hasta el de Luis XVI. Los parlamentos han criticado algunas veces esos mamotretos al encontrar en ellos contradicciones y proposiciones erróneas. Nunca ha habido un autor bueno a quien alguien no haya censurado.


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