me preguntas. Somos viejos, respondo. Y que pases tu mano por mi pierna, me da cierta vergüenza. Tontería, dice el amigo y cediendo me tiendo a su lado como cuando era joven y lo ignoraba. Pienso en todos los viejos que desde un banco al sol miran transcurrir las muchachas. En mi padre y sus esquelas victorianas a las niñas de los mandados. Pienso en mi madre pulcra cubriendo sus desnudos en un último gesto. Pienso que los viejos son como todos y apetecen sin pausa si no han sido saciados. El cuerpo gira ante sus ojos con el gusto de lo prohibido, como siempre. Se los instala en la sabiduría y no la tienen; codician como jóvenes, tienen pequeñas ternuras como mi amigo, tienen lascivas preferencias que no les cuentan a los otros, tienen derecho al amor aun a costa del ridículo. Y si pasan tomados de la mano o se encierran en su mundo con las persianas bajas, tendríamos que mirarlos sin asombro como a lentos vagabundos o discretos amantes que renuevan caricias. |
jueves, 9 de diciembre de 2010
El cuerpo, Emma Barrandéguy
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3 comentarios:
Precioso poema, no conocía a la autora. La verdad es que no pensamos que los ancianos como los niños tengan deseo a sexo... pero es más bien por nuestros propios prejuicios que por que esto no exista..
Y solemos estar lejos de entenderlo.
Mira, en el libro "La regenta" hay un ejemplo bastante claro de eso que dices, Los prejuicios de los tutores le trastornan la vida a la protagonista en su infancia.
Me alegra que que te gustara Ico, un abrazo.
Es tomado de la realidad.A esos "viejos"los llaman "verdes"
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