miércoles, 9 de junio de 2010

La mujer justa, Sándor Márai



Fíjate en ese hombre. Espera, no mires ahora, gírate hacia mí, sigamos charlando. Si mirase hacia aquí podría verme y no quiero que me salude... Ahora sí, ya puedes mirar. ¿Ese bajito y rollizo del abrigo con cuello de garduña? No, qué dices. Es el alto y pálido, el del abrigo negro que está hablando con la dependienta rubia y delgada. Le están envolviendo naranja escarchada. Qué curioso, a mí nunca me compró naranja escarchada.
¿Que qué me ocurre? Nada, querida. Espera, tengo que sonarme la nariz. ¿Se ha ido ya? Avísame cuando se haya ido.
¿Que está pagando? Dime, ¿cómo es su cartera? Fíjate bien, yo no quiero mirar. ¿Es una cartera marrón, de piel de cocodrilo? ¿Sí? Me alegro.
¿Que por qué me alegro? Porque sí. Yo le regalé esa cartera cuando cumplió los cuarenta. De eso hace ya más de diez años. ¿Que si lo quería? Es una pregunta difícil, querida. Sí, creo que lo quería. ¿Todavía está ahí?
¡Por fin se ha ido! Un momento, voy a empolvarme la nariz. ¿Se nota que he llorado? Sé que es una tontería, pero ya ves, los seres humanos podemos llegar a ser muy tontos. Aún se me sobresalta el corazón cuando lo veo. ¿Que si puedo decirte quién era? Claro que sí, querida, no es ningún secreto.
Ese hombre era mi marido.

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